Despierto. No siempre en la cama que querría hacerlo.
Doy los buenos días
(o saludo a las cinco de la mañana)
como si fuera algo que me perteneciera, teniendo siempre en cuenta la triste casualidad de que
el principio de algo,
es también su sentencia final.
Y hace como si no importara.
Como siempre, antes de terminar de abrir los ojos,
aprovecho y pienso en verte dormir,
e inevitablemente, pienso también en la justicia
y me viene a la cabeza la idea de grabarte
mientras duermes
por aquello de que la paz mundial
se esconde en tus bostezos,
Dos minutos después
declaro la guerra a todas las almohadas que nos separan, odiando
a todos los metros, kilómetros, minutos
y hostilidades.
Termino creyendo que estoy en el suelo
y puedo sentir la seguridad de pisar tierra firme
cuando el pie izquierdo
toma el primer contacto con la madera.
Pero qué más da sentir seguridad, si los sentimientos se pierden por completo
cuando me doy cuenta de que mi cabeza está en no sé dónde,
hasta que en un pequeño conflicto, los ojos terminan por vencer
pero empiezan por perder mirando por la ventana lo inmensas que son las mañanas desde mi cuarto
y enviando señales a todo mi cuerpo
degollando con rabia la misera idea de que existo
por que amor, tú aun no me conoces
y el tiempo se me echa encima todas las mañanas
y tú no.
Y por echar, le echamos a él las culpas
como si los segundos fueran a dejarme pisar un suelo
que no sea de mi cuarto.
Pero no es tan fácil cuando sé que nadie estará detrás de la puerta
por que
sencillamente
todavía no he dejado que nadie escape.
Seguidamente
me sentaría en la silla y te escribiría una carta sincera
(si yo pudiera ser sincera
si la fueras a leer,
si al menos supiera donde enviarla
si al menos te conociera)
con la intención de que la leyeras en tu ventana, pidieras un deseo que yo no pudiera concederte
y saltaras.
No sin antes dejar en la posdata bien claro que
si tu te tiras, yo me tiro al resto, y si no,
también.
Después de todas las pausas, en realidad, como todas las mañanas
dejaría de soñar despierta, y saldría de mi cuarto
para entrar en la multitud,
aunque esta última mañana
mi sentido del ridículo me ha propuesto salir al jardín.
He tenido una margarita en mis manos y todo ha sido precioso hasta que,
no sentí la necesidad de deshojarla para saber
si me quieren
o no me quieren.
No voy a decir que me he sentido mal. Aun que sí me ha dado algo de pena.
Mirando el lado bueno,
hay una margarita más en el mundo que ha pasado por unas manos humanas
y no ha sido destrozada.
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