y comencé
a llorar.
El motivo sonaba muy fuerte, como si quisiera hacer eco en esas cuatro paredes.
El tiempo.
Estaba escuchando como el segundero del reloj apedreaba con rabia a los minutos, queriendo pasar por ellos de tal forma que ni siquiera yo pudiera apreciarlo de cerca.
Las lágrimas me sabían a poco.
No podía evitar el transcurso de mi vida, y, entonces,
empecé a llorar por dentro.
Me senté en el suelo de mi habitación
y
el tiempo
durmió a mi lado.
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