Tenía esa maldita manía de hacerme reír como un niño pequeño. Me encantaba su sonrisa, su pelo. Y ese movimiento de caderas que hacía al subirse los pantalones. Tenía unos preciosos ojos color coca-cola. Me encantaba como se mordía el labio inferior, y como los Domingos dejaban de ser aburridos a su lado. Su boquita de pez cuando hacíamos el amor. Y la pasión que ponía en cada uno de nuestros besos. Pero sobre todas las cosas me encantaba ese pequeño antojo que tenía en el muslo derecho de la pierna.
También adoraba cuando me hacía correr detrás suya y esas luchas en mi salón donde yo siempre perdía (o me dejaba perder por oír una vez más esa risa). Y que siempre llegara tarde a todos los lados.
Su forma de vestir era para envidiar (y ella en sí). Me aprendí hasta cómo se preparaba sus cafés: por la mañana templado y bien cagado,y por la noche ardiendo y más bien suave, y su forma de caminar casi arrastrando los pies. Adoraba su perfecto inglés y su voz tarareando canciones, sus bailes y cómo conseguía que todo a su lado tuviese sentido.
Le cogí el gusto a esa azotea pequeña y rara donde pasamos alguna que otra noche, y a su desordenada habitación con restos de besos nuestros en cada rincón. Le cogí gusto a la rutina de ver películas cada Sábado noche (abrazados hasta ser uno) y a caminar juntos por las calles de Madrid y alrededores.
OS ASEGURO QUE SI ME PUSIERA A DECIR CADA DETALLE QUE LA HACE PERFECTA NO ACABABA
Era todo ese conjunto de detalles lo que la hacía perfecta.Y una perfección como ella no era merecida a un cualquiera.
Un Don Nadie como yo.
Yo era el típico chulo-playa que ninguna madre querría para sus hijas, un capullo que solo va a por lo que esta mierda de sociedad se rige... y un mal hablado. Pero que ha terminado perdiendo el culo por la sonrisa más bonita que ha existido y existirá jamás.
No soy nada del otro mundo, soy un simplón y poca cosa aunque a simple vista duro y sí, todos los tíos tenemos ese punto donde somos iguales. Donde halla un buen culo que se quite lo demás, y os mentiremos las veces que haga falta por conseguir lo que queramos: pero o nosotros somos muy tontos, o ellas muy listas y siempre nos pillan. Y si no miradme a mi, le fallé una vez y mis posibilidades de perder eran todas, ella nunca ha sido de segundas oportunidades, (por ello debía de estar más que enamorada para habérsela dado a un tipajo como yo), y lo primero que se me vino a la cabeza fue: quédate, esta vez prometo aprender a mentir. La verdad, no me arrepiento de nada más en la vida que de esas palabras. Ella se lo merece todo, todo. A estas alturas firmaría lo que hiciera falta para resaltar que no habrá un segundo fallo. Y si alguien en esta vida impide que esa sonrisa continúe ampliándose a sus anchas, yo me encargaré de que ninguna sonrisa más lo haga. Y que por más que no me la merezca, me encanta estar atado a ella, porque ya no quiero más horas sin rozar su piel. Y haré imposibles por no dejarla ir.
NCMS/NCM